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Antihéroes al poder

Quién nos hubiera dicho hace años que los antihéroes estarían tan de moda hoy en día. Recuerdo los shonen (el género donde la figura del “héroe” parece más recurrente) de hace unos añitos, y los protagonistas eran casi siempre del club-de-los-más: los más fuertes, los más bondadosos, los más simpáticos, los más virtuosos. No es de extrañar que a muchos fans nos gustaran más los segundones cabroncetes, siempre a la sombra del magnánimo prota (Vegeta o Ryoga por mencionar un par de ejemplos). Y es que la “maldad” llama bastante, y si no que se lo digan a Char Aznable de la mítica Z-Gundam. El boom mundial de Evangelion dejó bien a las claras que un chaval retraído y rebosante de complejos también podía subirse a un robot y machacar a terribles monstruos, protagonizar una serie importante y vender montones de merchandising. Aunque los antihéroes que más me llaman la atención son los deathnoteros, los que hacen de la maldad un arte y la llevan con un estilo de cuatro pares. Todos sabemos que son fríos, calculadores y miserables, pero su magnetismo es innegable. Y estoy pensando el Yagami Light de Death Note, o en Lelouch de Code Geass. Eso sí, muchas cabezas tienen que cortar para acercarse al cándido Gatsu (Berserk), uno de los carniceros más veteranos en esto del manganime.


Un clasicazo

Ahora que se acerca el Salón del Manga y todas las editoriales tienen novedades para parar un tren, me apetece rememorar una magnífica serie de esa pequeña hobbit llamada Rumiko Takahashi (lo de hobbit lo digo por su escasa estatura, que es cosa de leyenda). De ésta autora se ha dicho muchas veces, y no sin parte de razón, que le entra una extraña paranoia cuando se acerca al término de sus series, y acaba haciéndose un lío de los gordos. Ranma o Inuyasha son dos ejemplos. Lo primero a destacar de Maison Ikkoku es que tiene un final cerrado. Aparte de eso, comentar una serie como ésta es empezar a soltar un elogio tras otro, así que voy a resumir. El manga de Maison Ikkoku es un shonen romanticón, pero con una ventaja, y es que es una obra de Rumiko, con las garantías que eso supone. La historia de amor está muy bien llevada, se hace muy poco pesada para lo acostumbrado en los mangas del género (Love Hina y derivados); y el humor absurdo que abunda en Maison Ikkoku hace de ésta lectura una experiencia muy, muy placentera. El último tomo lo cerrarás con una sonrisa en los labios, eso es seguro.

Maison Ikkoku cuenta la historia de amores, desamores, encuentros y desencuentros entre Kyôko, la nueva encargada de la pensión Ikkoku, y uno de los inquilinos, un estudiante llamado Godai. Una comedia de enredos con la que reirás a mandíbula batiente


El dibujo en los mangas

Se suele decir que el manga japonés tiene un dibujo más sencillo que el cómic americano, y es cierto. Aparte de ser una cuestión artística, es también una cuestión puramente laboral: todos sabemos las prisas con las que trabajan los dibujantes japoneses, la presión que les meten para que tengan sus páginas semanales listas para enchufar en la revista correspondiente. Aunque personalmente me fascina el estilo japonés de dibujar cómic (son como haikus en viñetas), entiendo que a algunos les parezca “simplón”. Pero es que cosas como Blame o Bastard! o Berserk también son mangas, que al final parece que los nipones son mancos en esto del dibujo.

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